Cuotas escolares
Por Jorge Aníbal Montenegro Ibarra
Hace algunos años fui a inscribir a Emiliano, el mayor de mis hijos, a una escuela nueva. Una vez que el director de la institución me atendió e intentó fallidamente disuadirme de inscribir a mi hijo en esa escuela, me pidió que pasara a una mesa instalada en el patio escolar, atendida por un grupo de madres de familia, a efectuar el pago de algunas cuotas como requisito para recibir la ficha de inscripción.
Recuerdo que recogió el dinero (300 pesos si mal no recuerdo) una señora de muy mala gana, pues mi hijo venía de cambio de escuela, misma que expidió el recibo de pago por concepto de maestro de computación. La señora me dejó muy claro que no estaba de acuerdo en recibir niños nuevos, pero nunca le hizo el feo a los 300 pesotes.
Con el tiempo, ya como funcionario educativo, me daba cuenta que en esa escuela seguían cobrando los 300 pesos y un poco más, a pesar de que ya contaban con maestro de cómputo pagado por la propia autoridad, luego entonces el motivo de la cuota era ya otro.
Creo que el tema de las cuotas escolares es muy complejo. Los recursos públicos que el país asigna a las escuelas son insuficientes y creo que ni falta hace documentarlo; por lo tanto, año con año, con lo que se cuenta para remodelaciones o edificaciones nuevas apenas si alcanza para cubrir medianamente las necesidades de un reducido número de escuelas; en el resto de ellas entonces el deterioro aumenta y la necesidad de más recursos también lo hace en esa misma proporción.
Como consecuencia de lo anterior las comunidades escolares determinan, a veces motivados por los directivos, a veces por algunos padres de familia, imponer cuotas económicas, en especie o en mano de obra para hacerle mejoras a la escuela. Hasta ahí más o menos vamos bien; el problema es cuando las cuotas toman el carácter de obligatorias y condicionan ciertas situaciones como la inscripción, devolución de documentos o asignación de calificaciones.
En el 2006 el senado de la república determinó penalizar a quién o quiénes condicionen la entrega de documentos, calificaciones o la inscripción a cambio de cuotas que sean impuestas por los directivos o los propios padres de familia.
Por Jorge Aníbal Montenegro Ibarra
Hace algunos años fui a inscribir a Emiliano, el mayor de mis hijos, a una escuela nueva. Una vez que el director de la institución me atendió e intentó fallidamente disuadirme de inscribir a mi hijo en esa escuela, me pidió que pasara a una mesa instalada en el patio escolar, atendida por un grupo de madres de familia, a efectuar el pago de algunas cuotas como requisito para recibir la ficha de inscripción.
Recuerdo que recogió el dinero (300 pesos si mal no recuerdo) una señora de muy mala gana, pues mi hijo venía de cambio de escuela, misma que expidió el recibo de pago por concepto de maestro de computación. La señora me dejó muy claro que no estaba de acuerdo en recibir niños nuevos, pero nunca le hizo el feo a los 300 pesotes.
Con el tiempo, ya como funcionario educativo, me daba cuenta que en esa escuela seguían cobrando los 300 pesos y un poco más, a pesar de que ya contaban con maestro de cómputo pagado por la propia autoridad, luego entonces el motivo de la cuota era ya otro.
Creo que el tema de las cuotas escolares es muy complejo. Los recursos públicos que el país asigna a las escuelas son insuficientes y creo que ni falta hace documentarlo; por lo tanto, año con año, con lo que se cuenta para remodelaciones o edificaciones nuevas apenas si alcanza para cubrir medianamente las necesidades de un reducido número de escuelas; en el resto de ellas entonces el deterioro aumenta y la necesidad de más recursos también lo hace en esa misma proporción.
Como consecuencia de lo anterior las comunidades escolares determinan, a veces motivados por los directivos, a veces por algunos padres de familia, imponer cuotas económicas, en especie o en mano de obra para hacerle mejoras a la escuela. Hasta ahí más o menos vamos bien; el problema es cuando las cuotas toman el carácter de obligatorias y condicionan ciertas situaciones como la inscripción, devolución de documentos o asignación de calificaciones.
En el 2006 el senado de la república determinó penalizar a quién o quiénes condicionen la entrega de documentos, calificaciones o la inscripción a cambio de cuotas que sean impuestas por los directivos o los propios padres de familia.
El problema se ha agravado de tal forma que ahora las exigencias de muchas escuelas, sobre todo urbanas, han alcanzado tal nivel de absurdo que verdaderamente lastima la economía de numerosas familias.
Hoy las cuotas ya son sólo una parte de la carga que le imponen a los padres; ahora deben tolerar y atender caprichos tales como determinado calzado, uniformes que se deben adquirir sospechosamente con un proveedor en particular, guías didácticas a las que se les atribuyen dones mágicos en el aprendizaje de los niños, contratación de carísimos locales o teatros para los actos de clausura o innumerables festividades que bien pudieran celebrarse en el patio de las escuelas.
El tema en los medios de comunicación es recurrente y al debate le ha faltado profundidad creo yo. La cuestión es. ¿se deben permitir las cuotas si o no?.
En caso que se sigan permitiendo, ¿bajo qué condiciones?; en caso que se prohibieran, ¿estará el Estado mexicano preparado para asumir la responsabilidad?; más aun, ¿habrá voluntad de los representantes populares de asignarle los recursos necesarios a las escuelas para que los padres no tengan que aportar de su bolsa, dinero o insumos?.
Los invito a que lo discutamos. Por hablar no cobran.
El tema en los medios de comunicación es recurrente y al debate le ha faltado profundidad creo yo. La cuestión es. ¿se deben permitir las cuotas si o no?.
En caso que se sigan permitiendo, ¿bajo qué condiciones?; en caso que se prohibieran, ¿estará el Estado mexicano preparado para asumir la responsabilidad?; más aun, ¿habrá voluntad de los representantes populares de asignarle los recursos necesarios a las escuelas para que los padres no tengan que aportar de su bolsa, dinero o insumos?.
Los invito a que lo discutamos. Por hablar no cobran.
Un abrazo.